lunes, 22 de diciembre de 2025

URGE UN SALARIO MÁXIMO LEGAL

 

A propósito de todos los debates que suscita, por esta época, el acuerdo sobre un salario mínimo legal en Colombia que, entre otras consideraciones, está en una posición media-baja en el ranquin latinoamericano, a pesar de ser Colombia la tercera o cuarta economía de la región; a propósito de esos debates, digo, conviene dirigir la mirada en otra perspectiva: su relación con los salarios máximos que se pagan en el mercado laboral.

 

Al respecto, impacta leer los resultados de un reciente reporte de Oxfam Intermón: “…el salario más alto en estas compañías (las 40 más grandes de España) es en promedio 111 veces superior a la nómina media[1]” (subrayados del original y paréntesis nuestro). Es decir, un empleado medio deberá trabajar más de UN SIGLO para percibir el ingreso que su CEO se embolsa en UN AÑO. Esta proporción sube a 3 y más siglos en el caso del salario mínimo legal. Y, en Colombia, esas proporciones alcanzan cifras macondianas.

 

Seamos honestos: estas cifras no son sorprendentes ni aberrantes; son inmorales. Corresponden a una sociedad enferma y a un modelo económico suicida. Aún sin compararlas con las de países de medio y bajo desarrollo, se encontrará que los debates sobre la remuneración mínima son, entonces, definitivamente inútiles, para corregir la inequidad. El problema no es de cifras. Constituyen la sintomatología. Pero la enfermedad es estructural y sistémica: un modelo económico disfuncional y ya abiertamente patológico.

 

Desde la revolución industrial, pero más aguda y abiertamente desde los años 70 del siglo anterior (inicios del neoliberalismo, ahora transfigurado en capitalismo digital o tecnofeudalismo, según el punto de vista), nos embarcamos en un modelo económico, cuya base fundacional es la maximización de rendimientos. Maximización sin límites: ni cuantitativos, ni éticos, que ya domina todas las esferas de la vida cotidiana de cualquier ciudadano. Maximización del dinero, de los recursos, del consumo de bienes, de nuestras necesidades y deseos, de la productividad y el rendimiento, de los beneficios, del tiempo… Hemos aceptado dócilmente, como supremo mandato social, el crecimiento sin límites, hasta llevarnos a niveles paroxísticos, en un frenesí delirante, demencial y suicida. Tenemos, así, al primer billonario de la historia (léase: un patrimonio personal de más de mil millones de dólares estadounidenses); mientras que “en 2024, más de 295 millones de personas de 53 países y territorios padecerán hambre aguda, lo que supone un aumento de casi 14 millones de personas con respecto a 2023”[2] y, si agregamos la malnutrición, superamos los 1000 millones. Con el agravante de que este dramático contraste de cifras, de riqueza y hambre, ambas excesivas y obscenas, se replica ya en todo el espectro de actividades humanas.

 

Hemos llegado, así, a una sociedad hiperbólica, de excesos, caracterizada por la inequidad, la insostenibilidad, el hartazgo y el cansancio, en la que unas élites degustan los frutos de lo que irónicamente llaman desarrollo, las grandes mayorías padecen impotentes los costos, mientras ambas se aturden y aburren terriblemente, en un frenesí de vidas sin sentido.

 

Esta cruda realidad contemporánea tiene dos caras: la individual y la colectiva. Empecemos por la individual. Yo me hago una primera pregunta: ¿tiene sentido esta carrera loca de maximización de todo, sin espacio para pensar, para contemplar, para el silencio, para el volver sobre sí mismo, para el disfrute de la naturaleza, para el encuentro tranquilo y eventualmente amoroso con el otro? ¿Nacimos para embarcarnos en una competencia loca por lograrlo todo, en el menor tiempo posible, al menor costo posible y con las mayores ganancias posibles? Por mi parte, me resisto a aceptarlo.

 

Se me hace inevitable recordar aquí un apartado del lúcido opúsculo de Ken Blanchard, Administración por Valores. Allí, ficciona un diálogo entre dos ejecutivos de alto nivel, amigos y confidentes, en el cual uno le confía al otro su trágica vida de familia y de pareja. Así transcurre el diálogo:

“Se hizo un silencio que pareció echar atrás las paredes. Barry insistió:

   ¿Cuándo fue la última vez que Leslie y tú hablaron de corazón a corazón?

Otra vez silencio.

   Me lo imaginaba - dijo Barry -. Tengo que irme. Al llegar a la puerta, se volvió, miró directamente a Tom y le dijo:

   Lo que a ti te pasa es que estás en una carrera de ratas. Pero recuerda: aun cuando ganes la carrera, siempre serás una rata”.

Lo siento por las simpáticas y traviesas raticas, dada la mala prensa que les hemos hecho inmerecidamente.

 

La contracara es la dimensión colectiva. Veamos. Ya sentenciaba Serge Latouche, profesor emérito de economía de la Universidad de París: “quien crea que un crecimiento ilimitado es compatible con un planeta limitado, o está loco o es economista. El drama es que ahora todos somos economistas”[3]. Claro: como bien lo dice Manfred Max-Neef: “La economía es un subsistema de un sistema mayor que es finito, la biósfera; y, por lo tanto, el crecimiento permanente es imposible”[4]. En conclusión: hemos desarrollado un sistema económico, y unos estilos de vida, que atentan contra las leyes físicas de la naturaleza. Estamos literalmente destruyendo el planeta y, de paso, destruyendo nuestra propia naturaleza humana. De sapiens, hemos devenido en demens. ¿Hasta cuándo será sostenible tamaña locura? Esa es la pregunta contemporánea fundamental.

 

Y esa pregunta fundamental nos lleva a otra muy pragmática y necesaria: ¿qué hacer, entonces? La respuesta, en mi apreciación personal, es de una simpleza contundente y lapidaria: poner límites. ¿A qué? A todo: al consumo, al tamaño de las empresas, a la remuneración máxima legal de los trabajadores, al igual que existen unos mínimos: de supervivencia, de remuneración mínima legal. Habrá evasiones, como las hay hoy con todo mínimo y todo máximo legales exigibles. Pero es el mínimo comienzo y avanzaremos, sin duda. Llegó la hora de poner límites: a la riqueza, a la especulación bursátil, al desperdicio… A toda esta locura. Y la vía es bien simple: empezar a legislar, con carácter vinculante, además. A nivel territorial, nacional y global. Es el principio, igualmente fundacional, del concepto de Economía Doughnut (dónut = rosquilla)[5]: el desarrollo dentro de límites, máximos de responsabilidad y sostenibilidad, y mínimos de dignidad y seguridad.

 

Es que hemos olvidado un principio elemental de la física: el planeta, la vida, todo tiene límites. Y sobrepasarlos es irresponsable, pues pone en riesgo nuestra propia vida y la del planeta. La ciencia nos informa que el año anterior ya sobrepasamos el séptimo de los 9 límites planetarios documentados[6]. En otras palabras: nos hemos colocado irresponsablemente AL BORDE DE LA EXTINCIÓN PLANETARIA. ¿Las causas? Obvias: antropogénicas todas. El perverso modelo económico y el delirante estilo de vida que echamos a andar sin medir sus consecuencias. Y seguimos parloteando tonta e irresponsablemente por las redes sociales, sin siquiera percatarnos. O, irresponsablemente llevando el planeta y la sociedad a límites intolerables, por la ambición ciega y torpe de acumular riqueza. ¿Para qué? ¿Tiene sentido? Vale preguntar: ¿cuándo se impondrán la sensatez, la mesura y el sentido natural? ¿El elemental sentido de especie y humanidad?

 

En conclusión:

 

Detrás de la tacaña, anecdótica y parroquial discusión por la cuantía de una suma de retribución mínima mensual para los trabajadores colombianos, realmente se oculta una realidad inmensamente más dramática que, si no encaramos con inteligencia y decisión en las próximas décadas, puede conducirnos al colapso de la civilización. Por el momento, estamos ya “en rumbo de colisión”. Pero, para encarar estas incómodas verdades, necesitamos líderes con talla de dirigentes, y de dirigentes de nueva cultura. Pero dudo seriamente de que los tengamos.

 

RAMIRO RESTREPO GONZÁLEZ

Diciembre de 2025



[1]    Oxfam Intermón. Las grandes empresas disparan las desigualdades. Diciembre 16 de 2025. Ver ACÁ y ACÁ.

[2]    OCHA (oficina de Naciones Unidas, para asuntos humanitarios). Informe Mundial sobre las Crisis Alimentarias (GRFC) 2025. Ver ACÁ.

[3]    Ver el documental Comprar, Tirar, Comprar. Radiotelevisión Española. Ver ACÁ.

[4]    Max-Neef. M. El mundo en rumbo de colisión. Ver ACÁ. Nota: “en ruta de colisión” fue el título original que Manfred le puso al escrito; pero sus anfitriones lo cambiaron por “en rumbo de colisión”. Por lo tanto, se puede encontrar en las dos versiones.

[5]    Raworth, K. A safe and just space for humanity. Oxfam. 2012. Ver ACÁ.

[6]    Ver abundante y demoledora información ACÁ.

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