DE MUJICA A BUKELE
El señor Nayib Armando Bukele Ortez (1981)
gobierna con mano dura el pequeño país El Salvador, desde junio de 2019. Su
gobierno ha transcurrido entre las brumas de la corrupción, las violaciones
masivas de los derechos humanos y los pactos criminales con las maras
Salvatrucha y Barrio 18 (sus facciones Sureños y Revolucionarios,
específicamente). En resumen: imponiendo turbiamente mano dura y haciendo de El
Salvador el país con la mayor tasa de población encarcelada del mundo.
Como
ser humano, es un personaje más bien opaco, con baja formación académica y
política, aparte de una ética difusa. Expulsado de su partido Frente Farabundo
Martí para la Liberación Nacional FMLN (izquierda), por su Comité de Ética,
migró al derechista partido GANA, con el cual llegó a la presidencia bajo el
eslogan de Control Territorial, es decir, con una apuesta de seguridad nacional
a sangre y fuego. En cuestión de dos años, cooptó todas las ramas del poder, en
la frágil institucionalidad de El Salvador, con base en estratagemas jurídicas
y políticas sin escrúpulos, que finalizaron con la ilegal interpretación, que
no reforma constitucional[1], para asegurar su
reelección indefinida.
Bukele
es, así, la caricatura de la ultraderecha latinoamericana, con su mantra de
patria, propiedad y seguridad. Un mantra, con tufillo populista, que lo único
que ha conseguido es perpetuar los privilegios de las élites, con un alto costo
en libertades y derechos humanos. El mismo mantra que repiten Milei, Noboa,
Bolsonaro, Boluarte, Kast y la seguridad “democrática” en Colombia, así como
muchos otros en diferentes latitudes.
Del
lado opuesto, encontramos un progresismo encarnado en lo que podríamos
denominar la izquierda moderna latinoamericana: Boric, Lula y el arquetipo de
todos: Pepe Mujica. Una izquierda enfocada en las libertades y derechos
humanos, la promoción de las poblaciones vulnerables y la sostenibilidad de sus
territorios. El adjetivo “moderna” se me ha hecho necesario, para deslindarla
de esa otra “izquierda” más bien ruidosa, populista e inepta, que también hemos
visto desfilar. El lector sabrá asignarles nombres a sus voceros.
José
Alberto Mujica Cordano, “el Pepe” (1934), gobernó con mansedumbre un país,
igualmente pequeño, en el periodo 2010-2015, después de haber sido diputado,
guerrillero (junto con su esposa) y preso político. Podría catalogarse como
socialdemócrata, aunque él preferiría que lo rotularan como rebelde con causa. “Era
un férreo crítico del sistema económico y el consumismo, que consideraba
incompatibles con la libertad”[2]. “Para él, el poder era un
instrumento para servir, no para servirse”[3], y a fe que fue coherente
con ello: durante su mandato, no solo donó el 90 % de su salario a causas
sociales, sino que redujo la pobreza de su país, de un 30 % a un 10 %. Además, “Era ateo, pero profundamente espiritual”[4]. Y todos
estos rasgos hicieron de Pepe un ícono latinoamericano de ética y progresismo.
Tenemos, así, dos polos opuestos en nuestra política
latinoamericana, los Bukele y los Mujica; que es, además, el péndulo global de
todas las formas de gobierno: un péndulo que oscila entre SEGURIDAD y LIBERTAD.
Y, así, vemos cómo nuestra voluble opinión pública va oscilando
alternativamente entre uno y otro polos, en una ecuación que no parece encontrar
el justo equilibrio, si es que lo tiene.
Ya lo decía Freud, reseñado por el sociólogo polaco Zigmunt Bauman: “la
‘civilización’ (sinónimo del orden creado y gestionado por el hombre) es un
equilibrio entre seguridad y libertad; no una cooperación entre ambos
conceptos, sino un juego de suma cero en el que lo se gana en uno de ellos se
pierde en el otro” (paréntesis nuestro)[5].
En
la última década, por lo que podemos observar, ese péndulo se ha inclinado
gradual y decididamente hacia el polo de la seguridad. Así lo registra el
diario El País, de España: “Las fuerzas de la derecha radical, populistas y nacionalistas
han pasado de la marginalidad a la normalización y se expanden globalmente con
una red organizada que desafía los consensos liberales”[6].
Lo confirma, entre nosotros, la llegada de Kast al poder, con la primera
incursión de la extrema derecha en la democracia chilena posterior a la
dictadura, de la que fue su ferviente admirador. Y tal parece que ese será el
escenario próximo en Colombia y Venezuela.
Pues
bien, ya empezamos a ver los resultados de este giro político hacia el
conservadurismo. Veamos tres nuevos rasgos, entre otros, de las sociedades
contemporáneas que, a mi modo de ver, son hijos legítimos de esa manera de ver
y dirigir el mundo:
Un
reciente informe de la Unesco[7] recapitula en cifras un
declive preocupante en lo que tiene que ver con un asunto tan fundamental para
la democracia, como la libertad de expresión. Estas son las cifras: a) “El
índice de libertad de expresión ha caído un 10 % desde 2012”; b) “La
autocensura entre los periodistas ha alcanzado niveles alarmantes globalmente”,
con un incremento del 63 % en el mismo periodo; c) “Los gobiernos y grupos
poderosos han intensificado su control sobre periódicos, TV, radio y medios
digitales”, con un incremento del 48 % en igual periodo; d) Un reciente caso,
inicuo y dramático, lo representa Francesca Albanese, líder política italiana
quien, en su posición de Relatora de Naciones Unidas para los territorios
palestinos, se ha visto incluida en las listas negras de Trump, lo que ha la ha
excluido del sistema bancario y la ha sometido a sanciones incomprensibles para
un demócrata.
Otro resultado preocupante y global, lo consigna así el World Inequality Report 2026: a) “La desigualdad […] ha alcanzado niveles que exigen atención urgente. Los beneficios de la globalización y el crecimiento económico han beneficiado desproporcionadamente a una pequeña minoría, mientras que gran parte de la población mundial aún enfrenta dificultades para lograr medios de vida estables”[8]; b) “Esta concentración no solo es persistente, sino que también se está acelerando [...] la desigualdad extrema de la riqueza está aumentando rápidamente”[9].
Y un último dato: el más reciente reporte climático de Naciones Unidas evidencia que definitivamente no hay voluntad política para enfrentar la catástrofe climática, por los intereses económicos que hay de por medio. Así lo reconoce crudamente Naciones Unidas, si descontamos el obligado tono conciliador con que acostumbra expresarse: “En el décimo aniversario del Acuerdo de París, el mensaje es claro: solo una reducción decisiva y acelerada de las emisiones de GEI[10] puede alinear al mundo con los objetivos del Acuerdo de París y limitar la escalada de los riesgos y daños climáticos que, ya hoy en día, son graves y afectan con mayor dureza a los más pobres y vulnerables” (subrayado nuestro)[11]. El solo título del reporte es revelador: Off the Target (Fuera del Objetivo).
Claramente son los resultados de modelos de ultraderecha en auge (por su dogmatismo economicista), que los modelos populistas fracasados (por sus rasgos de ineptitud) han contribuido a agravar. Solo, a modo de destellos esperanzadores, iluminan ejemplos de visiones progresistas y sensatas, que abren espacios a la democracia, a los derechos humanos, al bienestar social y planetario. En pocas palabras, al desarrollo humano, donde solo este puede prosperar: en libertad.
Considero, como consecuencia, que es obsoleto seguir hablando de derechas e izquierdas, conceptos heredados del foro romano, para caracterizar las diferentes posiciones del espectro político. Propongo, alternativamente, hablar de posiciones conservadoras (o conservaduristas) y de posiciones progresistas (o vanguardistas), reservando un incómodo tercer espacio a esas “anomalías políticas” de los populismos ruidosos e ineptos, que siempre serán degradaciones evitables de los dos extremos del espectro.
Las posiciones conservaduristas siempre estarán enfocadas en modelos que preserven el statu quo, protegiendo privilegios y, por lo tanto, restringiendo las libertades de las grandes mayorías; los modelos progresistas, por, el contrario, han sido decididos abanderados de las libertades, por lo que han tendido a favorecer enfoques de apertura hacia niveles superiores de participación, inclusión y democracia.
Las diferencias entre una y otra visión políticas se derivan de lo anterior, y pueden tipificarse así: a) Los conservaduristas ven el desarrollo como generación de riqueza económica; los progresistas, como generación de valor (capital social + capital natural + capital económico); b) Para los primeros, ha importado siempre la maximización de rendimientos, produciendo con ello cada vez mayor concentración de la riqueza; para los segundos, ha primado la maximización del bienestar, mejorando así la distribución del ingreso y la equidad; c) Los primeros se han centrado en retener y concentrar el poder, al servicio de unas élites; los segundos, en distribuir el poder, al servicio de las grandes mayorías.
En resumen: los conservaduristas se han orientado al control, la autoridad y la seguridad; los segundos se han orientado a la libertad, la participación y la diversidad. En dos palabras: los conservaduristas representan CRECIMIENTO y los progresistas DESARROLLO.
Al respecto, anota el nobel de economía Amartya Sen: “El desarrollo puede concebirse, como sostenemos en este libro, como un proceso de expansión de las libertades de que disfrutan los individuos”[12]. Y complementa Manfred Max-Neef: “El crecimiento no es lo mismo que el desarrollo, y el desarrollo no precisa necesariamente de crecimiento”[13].
Es decir, los conservaduristas han resultado ser siempre una traba al desarrollo. Por tanto, han funcionado menos mal en épocas de estabilidad y consolidación, cuando las sociedades se dedican más a disfrutar que ha progresar, conducta típica, además, de toda sociedad decadente. Los progresistas, por el contrario, han resultado ser el fermento del cambio y las rupturas. Por tal motivo, han funcionado mejor en épocas de cambio e inflexión como la que justo vivimos en los tiempos actuales.
Quiero concluir esta nota con una ilustración empírica sobre el desastre que puede significar este anacronismo político de virar hacia modelos de estabilidad, cuando justo lo que los tiempos reclaman es innovación y desarrollo. El siguiente ejemplo, tomado del centro del poder mundial, del epicentro del conservadurismo contemporáneo, con el señor Trump al mando, lo retrata dramáticamente. Así lo reseña la revista Nature, en reciente edición: “Durante el primer año de la segunda presidencia de Donald Trump, su administración despidió a miles de científicos del gobierno, canceló decenas de miles de millones de dólares en subvenciones de investigación y tomó medidas para ejercer un control sin precedentes sobre las universidades al retener la financiación federal”[14].
Es uno de tantos problemas serios de los que los conservaduristas no dan muestras de ser conscientes: que la deriva evolutiva del cosmos, de la cual forma parte el progreso de la civilización humana, es un proceso irreversible e irrefrenable. Esa conveniente inconsciencia tiene su raíz en que la ciencia y el pensar siempre representarán, no solo el camino por excelencia hacia el desarrollo, sino la más seria amenaza para el poder, cuando este se ejerce como dominación y no como servicio, como control y no como liberación.
Ramiro Restrepo GonzálezDiciembre de 2025
[1] Recuérdese
que 7 artículos de la constitución nacional salvadoreña, aún hoy, prohíben
expresamente la reelección.
[2] López, A. Del “presidente más pobre del mundo” a “la muerte hace de la vida una
aventura”: el ideario de José Mujica en 10 frases. El País, España: mayo 13 de 2025. Ver ACÁ.
[3] Cvitanic, F. El legado de Pepe Mujica, el
presidente más humilde del mundo. The Conversation: mayo 14 de 2025. Ver ACÁ.
[4] Rivas,
F. y Díaz, G. “La muerte
hace de la vida una aventura” y otros
consejos de Pepe Mujica en su última entrevista con EL PAÍS. El País, España:
mayo 14 de 2025. Ver
ACÁ.
[6] Rodríguez-Pina, G. Del húngaro Orbán al
chileno Kast, con ayuda de Trump: la internacional ultra toma impulso. Diciembre
20 de 2025. Ver ACÁ.
[8] World Inequality Lab. World Inequality Report
2026. P. 12. Ver ACÁ.
[9] Ídem,
p. 12.
[10] Acrónimo
de Gases de Efecto Invernadero, que son los responsables inmediatos del cambio
climático.

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