sábado, 6 de diciembre de 2025

LA VIDA ES UNA METÁFORA

 

Partamos de la realidad etimológica: metáfora es igual, en griego antiguo, a μετα (meta) = “más allá de” y φέρω (fero)= “llevar/traer”. Así que, por metáfora, queremos aludir al hecho de llevar el significado de algo más allá de su significante[1], para asociarlo con algo diferente, que le otorga un sentido más amplio. Un ejemplo clásico ayuda: “el tiempo es oro”, es una metáfora que magnifica el valor de cada minuto. Es decir, son las metáforas las que llenan los significantes de sentido, por anodinos que sean o nos parezcan.

 

Pues bien, he llegado a la conclusión de que la vida solo merece ser vivida cuando logra ser la metáfora fundamental de nuestra existencia. Digamos que nuestra vida es el significante; y, como tal, es una realidad prosaica, frágil, quizás anodina, pero en busca insaciable de sentido. Ya lo decía Sartre con meridiana claridad: “hay un sentido del ser que es necesario elucidar”[2] […] “tengo que realizar el sentido del mundo y de mi esencia”[3]. De lo contrario, nos enfrentaremos al “enorme absurdo de la existencia”, como lo denomina Sartre en otro de sus textos[4].

 

A partir de esta sencilla reflexión, es fácil observar cómo la vida de los seres humanos tiene dos modos posibles de ser entendida y vivida:

§  como una sucesión de hechos y circunstancias que nos ocurren y de las cuales resultamos más o menos actores o espectadores;

§  o como una aventura interior de búsqueda de sentido, independientemente del contexto de hechos y circunstancias en las que esta transcurra.

 

En el primer caso, los hechos y circunstancias ocupan toda nuestra atención, absorben toda nuestra energía y son el foco de todos nuestros sentimientos y pensamientos. La mayoría de las vidas que observo transcurren en este plano. Y pueden tomar muchos cursos: a) el de personas que logran resultados, cosechan éxitos y se sienten aparentemente felices; b) o el de personas que agotan su energía en la esforzada lucha por la supervivencia, en medio de sucesos y circunstancias adversas; c) o el de personas que saltan de drama en drama, de tragedia en tragedia, y nunca llegan, ni a tener control del curso de los hechos, ni a entender las causas de su desdicha. Pero el común denominador es el mismo: son personas que pasan los días superocupadas y llegan extenuadas a casa, al final de cada jornada. Y, así, llegarán al final de sus días, por supuesto. Sin darse cuenta, quizás, de que han vivido, ni de para qué han vivido. Como pensaba Pepe Mujica, “el hombre contemporáneo está excesivamente concentrado en el trabajo y poco en vivir la vida de forma plena”[5]. Viven en lo que bien denomina Byung-Chul Han “la sociedad del cansancio”[6].

 

En el segundo caso, los hechos y circunstancias serán siempre lo que ocurre, pero no lo que NOS ocurre, y nuestros sentimientos y pensamientos, nuestra pasión, nuestros sueños… estarán siempre por encima de ellos. Son personas con una intensa vida interior, que ilumina todo su quehacer diario.

 

Desde una mirada superficial, ambos grupos de personas son iguales y llevan vidas similares, con las naturales diferencias del destino. Pero son dos tipos de historias sustancialmente diferentes. Las primeras serán siempre anecdóticas, instrascendentes. Las segundas serán siempre historias con argumento, trascendentes.

 

No será infrecuente encontrar personas exitosas, producto de una sucesión de hechos y circunstancias, afortunados o esforzados, pero que, al final de sus vidas o, peor, en algún momento coyuntural de las mismas, se encuentran de frente consigo mismas y descubren, de repente, que sus vidas no tienen sentido y enfrentan la terrible soledad de su doloroso vacío existencial. Producto de este tipo de experiencias, han resultado historias verdaderamente ejemplares, pero también infinidad de desenlaces trágicos.

 

Una vida intensa no es, entonces, sinónimo de actividad, logros y éxito. Es una historia de sentido y vida interior, largamente madurada como los buenos vinos. E independientemente de la actividad, logros y éxito que se cosechen. Es la diferencia entre el actor y el héroe, entre el camino y el destino, entre la vida y el rumbo, entre el absurdo y la aventura. El actor sigue un libreto; el héroe vive una causa. Al primero, lo acompañará siempre la satisfacción efímera del aplauso, en el mejor de los casos; al segundo, lo llegará a acompañar la profunda vivencia de la felicidad. Una felicidad serena y duradera, como el regusto que deja en la boca un buen queso o el mejor de los vinos.

 

Dos conclusiones mínimas:


1.  ¿Si la vida es una metáfora, entonces vivir es un asunto de poetas? Pues, rotundamente, sí. Lo que ocurre es que la palabra poeta, del griego clásico ποιητής (poietés), significa creador, inventor si lo desea. Y eso es la vida, con toda propiedad; es decir, una obra poética. La moldeamos nosotros, en plena presencialidad y consciencia; o nos la moldearán otros, para que nosotros la soportemos y padezcamos.


2. Para quienes ocupan posiciones de liderazgo, es una cuestión que se ha vuelto crítica: los seres humanos están hastiados de vivir vidas sin sentido (nos lo dicen hoy a gritos los jóvenes de la Generación Z, en la voz rebelde de Rosalía). Por eso, "para quienes lideran, no se trata de un lujo introspectivo, sino de una necesidad estratégica. No ofrece certezas, pero sí dirección. No dibuja el mapa, pero sostiene la brújula" [7], como anota Carolina Sánchez en reciente y lúcido escrito, a lo que agrega: "liderar no es saber exactamente hacia dónde vamos, sino sostener la capacidad de orientarnos, incluso cuando todo cambia. 


Ramiro Restrepo González

Diciembre de 2025


[1]    De una manera simplista, digamos que la lingüística define significante como el soporte material del significado. Así, una moneda es el significante de un valor que la sociedad le otorga.

[2]   Sartre, J. P. El ser y la nada. P. 25.

[3]   Ídem, p. 39.

[4]    Sartre, J. P. La Náusea. P. 180.

[5]    Danza, A. y Tuvobitz, E. Uma ovelha negra no poder. P. 185. Ver ACÁ.

[6]    Byung-Chul Han. La sociedad del cansancio. Ver ACÁ.

[7]    Sánchez, C. La brújula interior del liderazgo. Ver ACÁ.

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