LA INTELIGENCIA NO ES LO QUE NOS HACE HUMANOS
Aunque soy consciente de que es una
afirmación polémica, estoy dispuesto a dar el debate, porque es una claridad
que ya forma parte de mi pequeño repertorio de incertezas. Para abordar el
asunto, propongo hacer un mínimo acuerdo sobre qué entendemos por inteligencia.
Por obvio que parezca, ha sido un concepto muy debatido.
Empecemos por lo simple. La RAE nos ofrece dos acepciones. La primera: “capacidad de entender o comprender”; sí, creo que por ahí se empieza; pero, ¿entender para qué? Viene la segunda acepción: “capacidad de resolver problemas”. Es la respuesta al “para qué”. Yo compro esa visión enteramente: la inteligencia es una herramienta, la más potente, una especie de navaja suiza, con mil y una funciones, que le ha permitido al ser humano resolver problemas desde que habita este planeta, empezando por ¿cómo sobrevivir, en un mundo hostil, siendo el ser vivo más vulnerable de todos? Así, ha creado herramientas, modelos, diseños, fármacos, procesos de fabricación… y un infinito etcétera. Así, desarrolló el método científico, para acceder a problemas cada vez más complejos. Así, ha desarrollado formas de organización social (la familia, el clan, el Estado, las organizaciones de todo tipo, los tratados, la legislación…) todos los cuales han “resuelto” los diversos problemas de supervivencia, convivencia e intercambio. Así, ha llegado ahora a poner en marcha el desarrollo de la inteligencia artificial, para resolver problemas de forma autónoma y sofisticada. Así, en fin, ha creado toda una civilización y una historia.
Pero vienen las preguntas que complican todo: ¿entonces la ‘inteligencia’ artificial nos remplazará irremediablemente?, ¿solo el ser humano posee inteligencia, es decir, capacidad de resolver problemas? Y hasta ahí llega el entusiasmo, pues todos los seres vivos han demostrado capacidades extraordinarias para hacer lo mismo: desde los microorganismos (protozoos, bacterias, virus…), pasando por las plantas, hasta los vertebrados más evolucionados: los antropoides. Se dirá que hay grados de inteligencia en la escala evolutiva. Seguramente, pero eso es una conversación accesoria. Y, en cualquier caso, eso ya es un reconocimiento de mi afirmación inicial: la inteligencia, como capacidad de resolver problemas, no es exclusiva de los humanos. Más aún, ya no es una blasfemia científica afirmar que el universo es inteligente: “El cuerpo y el cerebro, y el organismo en su conjunto, reciben y resuenan con la inteligencia que impregna el universo”, escribe el filósofo de las ciencias Erwin László[1]. Si se quiere ir más lejos: la inteligencia no es un atributo de cada organismo; es una propiedad del universo que se expresa en cada ser, vivo o “inerte” (uso comillas, porque dudo de que existan seres realmente inertes, como ya lo planteaba el geofísico Lovelock en su teoría Gaia).
Entonces viene una pregunta obligada: ¿qué es entonces, ¡carajo!, lo que nos diferencia como tales seres humanos que ni la ‘inteligencia’ artificial logrará remplazar? Se me antoja responder que la imbecilidad. Pero podemos intentar respuestas más indulgentes y comprensivas. Y las hay.
La respuesta corta es: lo SAPIENS. Ah…: la sabiduría. Sabiduría es incluso declinar resolver un problema y dejar que el tiempo lo resuelva, o que su presencia active otros procesos adaptativos superiores. Es decir, la inteligencia no es sabiduría, ni esta se mide en escalas de IQ. Quizás nos hemos apegado tanto a la inteligencia, que hemos olvidado la sabiduría. Al punto, que ya vivimos la era de mayores expresiones de la inteligencia humana en la historia y la más absoluta y deprimente ausencia de sabiduría, también en la historia. Quizás todas las crisis contemporáneas no sean sino solo eso: exceso de inteligencia y déficit de sabiduría.
La pregunta final también resulta obligada. ¿Y, entonces, qué es sabiduría y qué la diferencia de la inteligencia?
Diría que la inteligencia es una caja mágica
de soluciones: de qués, de cómos y de porqués; y, por su lado, la sabiduría es
una caja insondable de conexiones y sentido: de paraqués. La primera es
instrumental y utilitarista; la segunda es trascendente y teleológica. La
primera nos provee de respuestas; la segunda nos ilumina de sentido. La primera
responde a nuestra urgente necesidad de supervivencia; la segunda responde a
nuestra inefable necesidad de trascendencia. La primera nos resuelve el
presente; la segunda nos define el futuro; la primera nos confronta con
preguntas importantes pero funcionales; la segunda nos confronta con las
preguntas fundamentales y fundantes de la existencia.
Digámoslo desde otra perspectiva: la sabiduría es la florescencia de la consciencia, su expresión más refinada. Y esta, la consciencia, es, a su vez, el paso intermedio entre la inteligencia y la autoconsciencia, que es lo que verdaderamente diferencia al sapiens de los demás seres del universo. Como decía Huxley, en el ser humano, el universo se ha hecho consciente de sí mismo, autoconsciente.
Hoy, en medio de la ya omnipresente ‘inteligencia’ artificial, con sus promesas y dilemas, bien valdría entender a tiempo que, sin sabiduría, tan prometedora herramienta tecnológica producirá más desastres que mejoras en el estado de la civilización y de nuestro sufrido planeta. Y, sobre todo, que la paz no florecerá finalmente sobre nuestra especie, sin un toque de sabiduría.
Ramiro Restrepo González
Noviembre de 2025

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