CUANDO EL LECTOR SUPERA AL AUTOR
Me complace publicar, con la debida autorización, la significativa contribución que recibí del amigo Omar Osses, desde la muy querida Argentina, a propósito de mi última nota: La inteligencia no es lo que nos hace humanos (ver en este blog). Mil gracias, Omar.
RamiroR.
Desde la mirada sistémica y biológico-cultural, la inteligencia es una propiedad emergente del vivir, no un atributo exclusivo. Todo sistema vivo conserva su organización resolviendo tensiones entre adaptación y coherencia.
La sabiduría, en cambio, aparece cuando el observador integra emoción, lenguaje y cuerpo en coherencia con el sentido. No busca resolver sino revelar.
En el marco de la Inteligencia Híbrida (IA + IH), esta distinción es clave: la IA amplifica la inteligencia instrumental, pero la IH busca amplificar la consciencia y la sabiduría relacional.
El desafío actual no es aumentar la inteligencia de las máquinas, sino ensanchar la sabiduría humana que las orienta. Como decía Maturana, “no hay acción inteligente sin emoción fundante del vivir”; por eso, el paso evolutivo pendiente no es tecnológico, sino ético y espiritual.
¿Entender y resolver problemas es suficiente para definir lo humano?
No. Resolver problemas es parte de la inteligencia, pero lo humano comienza cuando somos capaces de observarnos a nosotros mismos mientras actuamos. Ser humano implica consciencia reflexiva, capacidad de elegir desde el sentido y no solo desde la necesidad. La humanidad se expresa no en la eficacia, sino en la ética del vivir: cómo nuestras acciones afectan a otros y al entorno.
¿La inteligencia artificial nos reemplazará, o solo replica funciones que no son esencialmente humanas?
La IA puede reemplazar funciones instrumentales y cognitivas, pero no puede encarnar consciencia, emoción ni propósito. Replica la inteligencia, no la sabiduría viviente. Lo esencialmente humano —la capacidad de amar, cuidar, crear sentido y transformar sufrimiento en aprendizaje— no puede ser programado. La IA amplifica la inteligencia; la tarea humana es ampliar la consciencia.
Si toda forma de vida manifiesta inteligencia, ¿qué nos distingue como especie?
Nos distingue la posibilidad de hacernos conscientes de nuestra propia consciencia a través del lenguaje. Podemos observar lo que pensamos, sentimos y hacemos, y elegir transformar nuestros patrones. Esa autoconciencia nos vuelve responsables del tejido de la vida. No somos superiores, sino guardianes de la coherencia entre la vida, la cultura y la evolución.
¿Qué lugar ocupa la sabiduría en la era de la inteligencia artificial?
La sabiduría es el principio orientador. En un mundo saturado de datos y algoritmos, la sabiduría define qué merece nuestra atención, energía y cuidado. Es la brújula que diferencia el progreso del extravío. La IA puede multiplicar posibilidades; la sabiduría indica hacia dónde conviene avanzar para conservar la vida y el sentido.
¿Cómo cultivar sabiduría en una civilización dominada por la velocidad, la información y la eficiencia?
Desacelerando. Respirando. Observando. La sabiduría no se acumula, se cultiva en la presencia, en el diálogo, en la práctica cotidiana de la coherencia entre sentir, pensar y actuar. Se cultiva cuando elegimos aprender de la experiencia, no solo obtener resultados.
Por eso, mi camino hoy —y el que propongo en los ecosistemas que acompaño— es ir del conocimiento a la sabiduría, para conservar los compromisos fundamentales que sostienen el bienestar del vivir, de otros y del ecosistema que nos contiene.
Desde la Biología del Conocer, de Humberto Maturana, la inteligencia no se mide por el cálculo, la memoria o la resolución de problemas abstractos, sino por la capacidad de un ser vivo para conservar su vivir adaptándose a un entorno cambiante. Esa adaptación no es solo biológica, sino también relacional: ocurre en el lenguajear y emocionar compartido con otros.
En ese sentido, la
inteligencia es siempre co-creada. Nos transformamos con los seres con quienes
convivimos; la cultura es la trama donde esa inteligencia se expresa, se refina
o se empobrece. Por eso, como hemos conversado con mi maestro Maturana, “dime
con quién convives y te diré en qué mundo existes” —una versión más profunda de
“dime con quién andas y te diré quién eres”.
Nuestra inteligencia, entonces, no es individual, sino relacional y cultural: se configura en las conversaciones, emociones y prácticas que sostenemos día a día. Allí nace también la posibilidad de la sabiduría, cuando esa convivencia se orienta a conservar y expandir la vida en todas sus formas.
Omar Osses
Noviembre de 2025

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