COLOMBIA: ¿UNA NACIÓN SIN RELATO?
El discurso político nacional es un ring de boxeo al que,
definitivamente, ningún ciudadano decente quiere ingresar ya. Es un discurso
que sobresale por la pobreza de los conceptos y la bajeza del lenguaje. Sin
duda, es un fenómeno multicausal; yo me atrevería a mencionar el bajísimo
desarrollo humano de los actores y su pobrísimo nivel de formación conceptual,
como causas individuales; y, como causas colectivas, mencionaría la decadencia
progresiva y global de la democracia; la polarización social, generada especialmente
por las redes sociales, y la atomización de los partidos políticos, que
devinieron en infinidad de agencias electorales corruptas y corruptoras, sin
fundamento doctrinario alguno.
Pero pienso que hay una causa raíz, aún más profunda; o, quizás, un resultado protuberante de este proceso de degradación política. Todo dependerá de la óptica de quien interprete los hechos: como causa o como resultado, llegamos al mismo punto de convergencia: Colombia es una nación sin relato. Por lado alguno aparece en la escena nacional un proyecto-país, una visión que convoque, un relato que acompase el debate y la opinión pública nacional, independientemente de las preferencias partidistas.
Ni siquiera la paz, que parecería ser la necesidad más apremiante de la población. Porque, además, hemos tenido una concepción absolutamente miope de la paz, como simple cesación del conflicto. Para mí, esa es una definición en negativo de lo que realmente es la paz. La ausencia de conflicto o de guerra es eso: “ausencia de”, pero no “presencia de”. Bien claro lo expresa Thich Nhat Hanh: “La paz no es simplemente la ausencia de violencia; es el cultivo de la comprensión”[1]. Hasta en ese clamor nacional nos falta visión: una visión tal, que formule en positivo la paz. Creemos que la paz es algo que se firma. Esa es la paz negativa, la paz romana. Y, con razón, decían los romanos: “se vis pacem, para bellum”[2]. Pero la paz no se firma, se construye, como bien lo expresa la Carta de la Tierra de Naciones Unidas[3]: “la paz es la integridad creada por relaciones correctas con uno mismo, otras personas, otras culturas, otras formas de vida, la Tierra y con el todo más grande, del cual somos parte”. Esa es la paz en positivo, un relato inspirador que, lamentablemente, no aparece en nuestro discurso político nacional.
Vale decir, entonces, que ni siquiera un asunto tan importante y sensible como la paz ha logrado inspirar un relato de país. Al contrario: ha servido para polarizar y dividir más: “vamos volver trizas el Acuerdo de Paz”, vociferaba un conocido “líder” político de ultraderecha. Lo trágico de esta realidad es que la dinámica de desarrollo de un país siempre será tan potente como su propio relato de país. Una nación sin relato está condenada a vagar por la historia, dando bandazos, y sin un sentimiento de identidad nacional claro. Un buen relato colectivo, en cualquier pueblo, es la misión fundamental de su clase dirigente. Y, para mí, un buen relato de país debe reunir al menos tres atributos:
1. Ser realista. Es decir, estar afincado en las potencialidades reales del país. En nuestro caso, la biodiversidad, los recursos naturales, la belleza tropical de su territorio y su cultura…bien podrían ser candidatos con opciones.
2. Ser un propósito nacional. Es decir,
convertirse en el eje del discurso político, articularse al plan de desarrollo
de largo plazo del país; e implementarse a través de políticas públicas
robustas y estables, una institucionalidad de respaldo que lo operacionalice, y
un marco legislativo acorde.
3. Convertirse en el sello distintivo de la cultura. Es decir, ser
el gran referente articulador del sistema educativo y de todas las expresiones
culturales del país, para convertirse así en el ADN de la identidad nacional.
Y, sí, se me dirá que Colombia tiene relato. Válido. En el año 2022, el Departamento Nacional de Planeación elaboró un documento altamente participativo, denominado Visión Colombia 2050[4]. Allí podemos leer que esa visión se articula en torno a tres ejes, uno de los cuales ya mencioné. Son ellos:
§ Desarrollo de
una identidad bio-socio-tecnológica
§ Aprendizaje para
la vida, conocimiento para la sociedad
§ Estado
transformador e innovador
Comparto el enfoque de este estudio. Quizás una sola observación: una visión poderosa debe ser expresable en un párrafo. Pero, si se lee en detalle el documento, podemos ver que todo converge en la primera línea: la visión de una nación bio-socio-tecnológica. Y eso está bastante bien. Lo sorprendente es que se trata de un documento que no ha permeado en absoluto el discurso público: ni la dirigencia privada, ni la pública, ni los planes de desarrollo, ni el sistema educativo, ni los medios de comunicación, ni la opinión pública hablan de ello. Es un documento más, engordando los anaqueles de los tecnócratas de este país. Es decir, es realista, pero no es un propósito nacional ni tiene visos de llegar a convertirse en sello distintivo de la cultura.
Hay muchísimos ejemplos de países, cuyo éxito actual se debe a la adopción de un potente relato de país, en algún momento de su historia (Singapur, Noruega, Taiwan, Corea del Sur…). Es asunto ya suficientemente documentado. En razón del corto espacio, ofreceré un ejemplo que conozco de cerca y de cuyo éxito puedo dar testimonio: el pequeño país de Aruba.
Hasta 1986, coincidiendo con su independencia, Aruba vivió de dos enormes refinerías, que procesaban petróleo venezolano cercano y lo exportaban. Una de esas refinerías representaba entonces el 20 % del ingreso nacional, el 50 % del presupuesto público y era la primerísima fuente de empleo. Al marcharse las refinerías, sus dirigentes se vieron abocados a reconceptualizar la economía de la isla y a fe que lo hicieron muy bien. Identificaron la espectacular belleza natural de la isla, cuyo territorio tan desértico no produce literalmente nada, como el eje de un nuevo relato. De una población, en ese entonces, de 60.000 habitantes, incrementaron a 80.000, importando masivamente mano de obra calificada para el turismo y portadora de una diversidad lingüística por km2 de las más diversas que pueda encontrarse. Ofrecieron, además, generosas exenciones tributarias a las grandes cadenas hoteleras y a los mejores empresarios turísticos del mundo, y así tenemos hoy una pequeña isla próspera como pocos países latinos. Baste anotar que su PIB per cápita es de US$ 35.000, que podemos comparar con los US$ 7.900 de Colombia (ambos datos para 2024).
En Colombia, sobresale, en mi opinión, el relato subyacente a la industrialización antioqueña, que fue el eje de la industrialización nacional: una acendrada ética del trabajo, que vino aparejada del sentido del ahorro (acumulación de capital dirán otros) y el esfuerzo rudo por domeñar una agreste naturaleza montañosa. Es el relato que encontramos detrás de la letra del himno regional y, bellísimamente, en la obra Horizontes, del yarumaleño Francisco Antonio Cano. Hoy, ese horizonte se ha desdibujado, porque las realidades han cambiado, y urge un nuevo relato. Por el momento, Colombia sigue siendo una nación sin relato.
Vale concluir con la siguiente cita: “El dilema del presente es si somos capaces de inventar ficciones que cohesionen en lugar de anestesiar. Las que hoy ocupan el espacio son fragmentarias: el consumismo invita a disfrutar como si no hubiera mañana, la ultraderecha propone refugiarse en fortalezas identitarias y Silicon Valley promete futuros de ciencia ficción solo accesibles para élites. Entre tanto, la democracia gestiona expedientes y pierde la capacidad de narrar el futuro”[5]. Tenemos así relatos como “el sueño americano” (o “destino manifiesto”), que se ha convertido en pesadilla, y “el pueblo elegido”, que se ha convertido en el pueblo maldito y genocida.
Ramiro Restrepo González
Octubre de 2025
[1] Diaz,
P. Thich Nhat Hanh: “La paz no es simplemente la ausencia de violencia; es
el cultivo de la comprensión”. El Confidencial: España, octubre 30 de 2025.
Ver ACÁ.
[2] “Si quieres la paz, prepara la guerra”.

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