jueves, 4 de diciembre de 2008

CIUDADES: ¿CUÁL PACTO POR EL BIENESTAR?

Para Aristóteles fue siempre clara la idea de que el Estado era un pacto colectivo por el bienestar. Y muchos teóricos ubican allí el nacimiento del moderno concepto del Estado-Bienestar. Yo discrepo. El Estado, para la época de Aristóteles era la polis, la ciudad-estado. Digamos Atenas, Cartago, etc. Para él era obvio que, viviendo juntos, se lograba una gran sinergia en la solución de una gran cantidad de problemas comunes: abastecimiento de agua, de energía, de servicios educativos, de transporte, etc. Por lo tanto, en la visión de Aristóteles la ciudad era una fuente de bienestar.

Si uno contrasta esa lejana visión, que parece bien razonable, con la realidad de las megalópolis actuales, resulta absolutamente evidente que la historia del desarrollo nos ha jugado una fatal trampa mortal. En efecto, nada más contrario al bienestar, a la calidad de vida, que la cotidianeidad de una ciudad contemporánea. Contaminación visual, atmosférica y auditiva llevadas al límite; alta congestión y altísima ineficiencia en la movilidad urbana; agresividad y violencia a flor de piel, altísimo desperdicio de tiempo, y un interminable etcétera.

Y, si miramos el costo de esta paradoja, quedaremos aún más perplejos. Para ilustrarlo, baste mencionar que, según el Programa Hábitat de
Naciones Unidas, las 20 megaciudades del mundo (cada una con una población superior a 10 millones de personas) son responsables del 75 por ciento de la energía consumida en todo el planeta. Es decir, son a su vez, responsables por similar porcentaje del calentamiento global.

Y es necesario decir que lo anterior ha ocurrido casi de la noche a la mañana. Basta repasar un corto tramo de nuestra historia reciente. Para 1880, la población del planeta llegaba a los 1.800 millones de personas, y hay que agregar que la gráfica de crecimiento poblacional histórica muestra un comportamiento poco menos que vegetativo. Pero, a partir de 1880, y directamente asociado a la segunda revolución industrial que presionó de manera importantísima el crecimiento de los grandes núcleos urbanos, el crecimiento poblacional se disparó. Digamos que nos tomó unas 10.000 generaciones llegar a los 2.000 millones de habitantes sobre el planeta. Y que, en unas muy pocas generaciones, hemos más que triplicado dicha cifra. Y, de continuar las tendencias actuales, en 40 años más la habremos quintuplicado, para situarnos cerca de los 10.000 millones de habitantes.

Y ya he sugerido que ha sido un fenómeno fundamentalmente urbano. Baste decir que, en una economía representativa de lo moderno, como podría ser la norteamericana, hacia 1880, una persona en la ciudad era soportada por la producción y el trabajo de 10 personas en el campo. Y hacia 1980 (¡sólo 100 años después!) la relación era exactamente la contraria!: una persona en el campo estaba soportando ya la vida de 10 personas en la ciudad.

Hemos sido pues una sociedad altamente eficiente en construir ciudades; pero, paradójicamente, éstas no han resultado ser los modelos de bienestar que soñó Aristóteles. Todo lo contrario. Urge entonces para la humanidad la tarea de repensar el diseño de sus núcleos urbanos antes de que empiecen a colapsar en un piélago de violencia, contaminación, inmovilidad y enfermedad.

Y yo quisiera al menos esbozar una breve lista de líneas de tendencia que he venido observando, algunas de ellas surgidas con relativa timidez pero todas ellas altamente promisorias y, que, a mi modo de ver, empiezan a ser augurio de una nueva visión:

1. El diseño de edificios ecoeficientes. Es decir, estructuras capaces de operar a muy bajo o nulo consumo de energía, y con niveles mínimos o neutros de emisión de gases de efecto invernadero (GEI). Estructuras que captan energía solar y aguas lluvias, con aprovechamiento intensivo de luz y ventilación natural, con buen aislamiento térmico, con total tratamiento (reducción, reutilización y reciclaje) de vertimientos y deshechos; con alta amigabilidad paisajística; con uso intensivo de materiales amigables…
2. El diseño de redes de telecomunicaciones de altísima capacidad y bajo costo para reducir la movilidad y la presencialidad en el trabajo, en el estudio y hasta en las actividades de ocio.
3. El diseño de políticas públicas y legislación sobre teletrabajo, que permita deslocalizar la creación de valor y migrar hacia redes de valor agregado. Esto resulta absolutamente pertinente, toda vez que el trabajo inteligente está basado en el intercambio, procesamiento, sistematización y disposición de información.
4. La migración masiva hacia energías limpias: de tipo solar, hídrico, etc.
5. El rediseño de la vialidad, para devolverle la ciudad al peatón (carriles exclusivos para motos y bicicletas –no limitadas ciclovías-, teleféricos, bulevares, plazas públicas…).

Si se miran experiencias como el Smart Work Center que Cisco acaba de inaugurar en la ciudad de Amsterdam, quizás podamos vislumbrar lejanamente los nuevos entornos ciudadanos que deberemos construir para recuperar la sostenibilidad de nuestros grandes núcleos poblacionales y, de paso, hacer una gigantesca contribución a la sostenibilidad del planeta. Pero una sola advertencia: ¡no nos queda tiempo!

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