¿Y LA CALIDAD HUMANA, LA CALIDAD DE VIDA Y LA CALIDAD ÉTICA?
Completamos ya un siglo hablando de CALIDAD. Desde el básico control de calidad, hasta los actuales modelos de excelencia en la gestión (ver, por ejemplo, el modelo NEIG[1], un excelente modelo de gestión, liderado por la Corporación Colombiana de la Calidad, quizás el mejor que conozco). En la siguiente gráfica, el lector podrá recorrer, de un solo golpe de vista, la historia de la calidad.
De acuerdo. Ha sido una historia tachonada de logros y avances. Y así estoy seguro que seguirá siendo. Con una sola observación quizás: en momentos disruptivos, como el que vivimos, el mejoramiento deja de tener vigencia y cede su paso a la innovación. En contravia, he visto organizaciones tan apegadas a sus modelos de gestión (procesos, protocolos, indicadores, requisitos, estándares…) que más parecen momias egipcias organizacionales: inamovibles, burocratizadas, rígidas y esclerotizadas. No les espera un buen final.
Pero mi pregunta va en otra dirección: ¿y la calidad humana, la calidad de vida y la calidad ética dónde han quedado en el campo de la gestión de organizaciones? Brillan sencillamente por su ausencia, excepto la hueca retórica de todos los tiempos. Pero poco o nada de marcos de actuación, de legislación y estándares susceptibles de verificación y evidencia. Además, con carácter vinculante. Todo ha venido quedando en el campo de la volátil buena voluntad. Mucho me temo que estos tiempos del voluntarismo y el buenagentismo están por terminar. Es curioso observar el inveterado desequilibrio de nuestra sociedad: casi toda la normativa social, y buena parte de la ambiental, es voluntaria, mientras que casi toda la normativa económica es vinculante, es decir, de obligatorio cumplimiento. Son tiempos ya caducos.
Y esto pone en el foco el sensible concepto de la libertad de empresa. Libertad, sí; pero ahora hablaremos de libertad responsable. Es decir, libertad con límites. Y esto no parece ser del gusto de muchos, por lo que el cambio no será posible sin presión externa. Así se lo plantea Joseph Stiglitz, premio nobel de economía, en reciente entrevista: “Si pudiera cambiar la conversación sobre lo que los republicanos llaman libertad —hacer lo que uno quiera sin importar las consecuencias—…”[2], confiesa con cierta desesperanza. Detrás de esta desesperanza está una larga historia de abusos y corrupción corporativa, que de tanto en tanto estalla en titulares en los medios. ¿Nos hemos preguntado cuántos abusos se han cometido en nombre de la libertad?
Pero detrás de esa desesperanza se esconde otra realidad más silenciosa, que pasa desapercibida para el ciudadano medio, a pesar del altísimo costo social y ambiental que significa. Se trata de lo que los economistas denominan hace rato como externalización de costos. Algo tan elemental como aquellos costos (sociales, económicos y ambientales) que los empresarios eluden, trasladándolos, o bien al cliente, o bien a la comunidad. Ejemplos muy simples de ello: a) contaminamos las aguas en nuestros procesos productivos, pero las devolvemos a la red pública sin tratarlas, para que la sociedad se haga cargo de recuperarlas; b) invadimos los espacios públicos con publicidad que, muchas veces, está plagada de estereotipos, sesgos culturales y mensajes adictivos…, sin preocuparnos de su impacto cultural negativo, lo que ya los expertos denominan nuestro brain footprint, que es tal vez la contaminación más perversa que conozco.
Conclusión:
No, la libertad no puede seguir
obedeciendo al ideal trumpista republicano. La libertad hay que ejercerla
dentro de límites, y esos límites son hoy más perentorios que nunca, dada la
policrisis social y planetaria que hemos causado por precisamente excederlos
sistemáticamente a lo largo ya de centurias. Nuestro modelo económico y nuestro
contrato social vigentes urgen reformas de fondo en esta dirección. Tendremos
entonces más calidad de vida que nivel de vida, más calidad humana que calidad tecnocrática
y más ética que retórica.
RamiroR.
Octubre de 2025
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