sábado, 5 de mayo de 2018


CUESTIÓN DE LÍMITES


Un tema fundamental del desarrollo sostenible, y que no ha sido muy explorado en la literatura, es el relativo a la cuestión de los límites.

Por siglos, la era industrial, y posteriormente la sociedad de consumo, nos embarcaron en la utopía del crecimiento y el consumo sin límites. Siempre vivimos sobre el planeta con la clara sensación de que sus recursos eran infinitos e inagotables, para solo poner un ejemplo.

Fue sólo hacia la década de los setenta, cuando recién se fundaba el Club de Roma, y sus directivos, para definir la hoja de ruta institucional del Club, contrataron un estudio de prospectiva global con el MIT. Este estudio fue dirigido por la científica ambiental Donella Meadows, y se proponía hacer estimaciones sobre la capacidad del planeta para soportar el crecimiento de las sociedades humanas. Sus resultados se publicaron en 1972 bajo el título “Los límites al crecimiento”. Posteriormente tendría una actualización, en 2004, con “Los límites al crecimiento 30 años después”. Obras ambas polémicas, controvertidas y controversiales, pero que tuvieron el mérito de encender la alarma y ponernos contra la cruda realidad: el crecimiento ilimitado es una utopía. ¡Toda una revelación!

Hoy, para mentes lúcidas, esa ya no es una idea controversial, sino una evidencia palmaria que nos debe llevar a replantear todos nuestros sistemas productivos, nuestros estilos de vida y nuestra visión del mundo. Serge Latouche, profesor emérito de Economía de la Universidad de París, y uno de los promotores de la corriente del decrecimiento económico, lo deja claro, no sin un toque de humor: “quien crea que un crecimiento ilimitado es compatible con un planeta limitado, o está loco o es economista. El drama es que ahora todos somos economistas” (Documental Comprar, Tirar, Comprar).

He ahí por qué el pensamiento contemporáneo está migrando del concepto de crecimiento al concepto de desarrollo; y por qué conceptos tan preciados por los economistas, como el PIB, ese santo grial del crecimiento de las naciones, está siendo seriamente cuestionado y de hecho sustituido gradualmente por sistemas de medición que reflejen mejor la esencia del desarrollo. Es algo que ya viene ocurriendo en varias de las economías avanzadas y en los organismos multilaterales.

Ahora bien, ¿cuáles serían los interrogantes fundamentales que tendríamos que resolver, producto de este cambio de paradigma? Intentaré esbozar algunos de ellos, sin pretender ser exhaustivo, y más con el propósito de estimular la imaginación y la reflexión crítica de los lectores.

§    Interrogante 1: ¿ha llegado el momento de que restrinjamos, o incluso prohibamos, el uso de ciertos recursos y tecnologías, tales como el carbón, la energía nuclear, el fracking, el asbesto, el plástico, etc.?
Nuevamente admito que es una pregunta polémica. Pero ya empiezan a ser abundantes los ejemplos de que sí es necesario y de que sí es posible. Veamos algunos: a) el gobierno de Finlandia acaba de anunciar que, a partir de 2029, quedará prohibido el uso del carbón en su territorio y, desde hace varios años, sus fondos soberanos han venido ya retirando sus inversiones del sector; b) Alemania decidió llevar sus centrales de energía nuclear al cierre, para el año 2022, a raíz de la catástrofe de Fukushima; c) entre los países que han prohibido, o han impuesto moratorias al uso de la técnica del fracking en la extracción de petróleo ya se cuentan: Francia, Alemania, Reino Unido, Suráfrica, Chequia, España, Suiza, Austria, Italia e Irlanda, mientras que en Colombia adoptamos dicha tecnología con total ligereza tropical; d) desde 2005, el asbesto es un material prohibido en el territorio de la Unión Europea, y aquí nuestros “ilustrados” congresistas abortaron el debate aduciendo falta de estudios (claro: falta de estudios de los congresistas, no sobre el asbesto, entendería yo…); e) Francia prohibió el uso de bolsas plásticas desde mayo de 2015; Senegal hizo igual desde abril de 2016; Argentina siguió el mismo camino en cuatro de sus provincias (Neuquén, Río Negro, Chubut y Buenos Aires); igual Australia en cuatro de sus estados; similar en México con su Distrito Federal, o Inglaterra con su capital. Aparte de que muchos otros países y ciudades han establecido impuestos para desestimular su consumo, como es el caso de Colombia. En resumen: poner límites, e incluso prohibir el uso de ciertos recursos y tecnologías es una opción legislativa y de política pública, no sólo posible, sino necesaria, para forzar algunas transiciones que la sostenibilidad global requiere con urgencia.

§    Interrogante 2: ¿es hora de que legislemos sobre el tamaño máximo permisible para las organizaciones?
Algunos se rasgarán las vestiduras ante la sola pregunta, bajo los consabidos argumentos del libre mercado. Acepto que es polémica la pregunta. Pero, ¿acaso ya no se está legislando en la UE sobre límites a las remuneraciones ejecutivas, por ejemplo, iniciativa que fue producto de la crisis sistémica del sistema financiero, que condujo al crac del 2008? Y, para no ir más lejos, en nuestro medio ya hay serias restricciones para limitar el ejercicio de posiciones dominantes en el mercado. ¿Por qué plantearlo? Porque hemos llegado al punto, y el crac del 2008 lo puso al descubierto, en el que el tamaño de las organizaciones ha alcanzado tales niveles, que el riesgo sistémico de colapso puede llegar a escapar a toda capacidad de control humano (organizacional, social y gubernamental), con potenciales consecuencias fatales para el bien común.

§    Interrogante 3: ¿ha llegado el momento de que restrinjamos, o incluso prohibamos, la ejecución de proyectos faraónicos tales como las gigantescas explotaciones mineras a cielo abierto o las gigantescas centrales hidroeléctricas como las Tres Gargantas en China, Itaipú entre Brasil y Paraguay, El Guri en Venezuela, o la próxima Bello Monte en Brasil?
Nuevamente polémico. Pero las preguntas son muy simples: a) en lo relativo a las megaexplotaciones mineras a cielo abierto: ¿resultan tolerables sus dramáticos impactos sociales y ambientales, frente a los beneficios? Mi respuesta es un no rotundo y, quien lo dude, revise la historia de localidades como Pasco en el vecino Perú; b) frente a las megahidroeléctricas: ¿no resulta más sensato invertir esos ingentes recursos en fuentes alternativas de generación de energía, de lejos más amigables social y ambientalmente? Por mi parte, aspiro a que Hidroituango sea la última presa para la generación de energía que construyamos en nuestro país.

§    Interrogante 4: ¿ha llegado el momento de que los límites éticos se eleven a la categoría de normativa vinculante?
Menos polémica, pero más crucial. Pocas personas saben que realmente los imperativos éticos permanecen en el campo de las preceptivas de voluntario cumplimiento, sin carácter vinculante, lo cual hace de la ética un mandato débil. Pero, para sólo poner un ejemplo, ¿ante los dilemas tan críticos que el desarrollo de la inteligencia artificial, la ingeniería genética, la edición genética, la biocirugía y otras múltiples disciplinas que están naciendo de lo que algunos han dado en llamar la cuarta revolución industrial (que ni es cuarta, ni es industrial, en mi concepto), no va a ser necesario acaso elevar los estándares éticos a niveles que hasta ahora no han tenido, si no queremos provocar catástrofes humanas y sociales de consecuencias insospechadas? En mi sentir personal, estamos en mora de hacerlo.

Y no he hablado de la protección de datos personales, de la cibercriminalidad, de la internet profunda, de la fabricación de armamento, del mercurio y el cianuro, del icopor (denominación colombiana para el poliestireno expandido), de los paraísos fiscales y éticos, de las grandes reservas de la biosfera, etc. La cuestión de los límites es global, amplia y de suma urgencia.

Mi conclusión es simple: o empezamos a poner límites claros y rigurosos, en numerosas esferas de la actividad humana, con sentido de urgencia, o nos tocará gritarles, a voz en cuello, a nuestros dirigentes, como la inolvidable Mafalda (aunque Quino niegue la autoría de esta viñeta, que merece ser auténtica): “¡Paren el mundo que me quiero bajar!”

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